Seven Readers!!....
Una de las cosas que trato de proponerme es la de ir a todos los lugares y acontecimientos posibles con el objetivo de ser testigo directo de lo que ahí ocurre.
Con ese ánimo decidí el sábado darme una vuelta por el Paseo de Montejo para observar a la versión meridana de Iluminemos México. Armado con una cámara fotográfica, un par de cómodas bermudas y la compañía de una amiga (quien por cierto para darle un toque irónico al asunto fue vestida de negro) llegué a la todavía bella avenida un poco antes de que comenzara el desfile. Nos sentamos en una famosa heladería en espera del contingente. A nuestro lado pasaban algunas personas que, vestidas de blanco, caminaban hacía el monumento a la patria. Muchos llevaban invariablemente algún motivo religioso: crucifijos, imágenes de la virgen etc. Incluso tres monjas caminaron son singular alegría hacía el norte del paseo, al lugar donde comenzaría el desfile. Yo casi apostaba a que todos eran panistas. Por lo menos, eran rostros similares a los que suelen encontrarse en los mitines de esa agrupación política.
Una media hora después, los primeros marchistas aparecen en escena. Representantes de los medios de comunicación son los primeros en aparecer. Me pregunto como es posible que desde esa perspectiva tengan una buena visión de la marcha, pero ahi van, como protagonistas del evento, en lugar de ser los relatores del mismo. Acto seguido aparecen los primeros ciudadanos. Muchos arrastran carreolas de bebés. Una mamá lleva una cartulina haciendo alusión a que su hijo de 10 meses necesita para crecer un mundo sin violencia. Es el único letrero que veré en toda la noche. Me pregunto ¿qué tan válido es utilizar a los niños en este tono melodramático?
La marcha sigue. Hago mis primeros cálculos y me parece que cuando mucho hay unas 3000 personas. Curioso, la marcha no se desarrolla en silencio. La gente camina en feliz chorcha. Parecía más un happening clasemediero, que una silenciosa petición para frenar la violencia. La gente está divertida, la gente parece no tener preocupaciones. Todos conversan, familias enteras caminan ocupando solo un carril de los dos que conforman a la avenida. Decido entonces hacer constancia de mi diversión al ver pasar a los marchistas y me tomo la siguiente foto.
Al revisarla, no puedo dejar de reir por la cara de la mujer que me mira con extrañeza. Si hubiese visto mi cara cuando en el medio del contigente desfilaban vendedores ambulantes de Kibis, raspados o helados, tal vez sus ojos se hubiesen salido de las órbitas. Era uno de esos espectáculos de nuestro México surrealista: las clases más o menos acomodadas marchando para pedir que sus privilegios sigan intactos, las clases trabajadoras ajenas a ese espectáculo y tratando de ganarse el pan de todos los días. Bienvenidos a la realidad. Tal vez deberíamos estar marchando por el término de la pobreza que es el caldo de cultivo del crimen organizado. Pero no, nadie de los ahí presentes parece darse cuenta de que a su lado marcha el origen del problema. Hay una ignorancia total al respecto.
En menos de 15 minutos el final de la columna llega hasta donde me encontraba. Mi amiga y yo nos incorporamos al mismo y caminamos un par de cuadras, hasta llegar al remate del Paseo. Los marchistas se dispersan alrededor de la glorieta, adornada con motivo de las fiestas patrias con una campana. Deshecha la columna, la impresión que tengo es que son menos de 3000 personas las que han llegado al final del recorrido, pues no ocupan ni siquiera las dos primeras cuadras de la espectacular avenida.
Prenden entonces sus velitas.
Y a diferencia con los reportes de otras partes del país, aquí no existe la consigna de "Si no pueden, renuncien". Todos somos bien portados, o todos confiamos demasiado en las autoridades, o nos conformamos con las que tenemos. Las velitas no iluminan mucho, y me sorprende que cuando comienza el himno nacional, este no se canta a pecho, con emoción. Parece más un leve y tímido murmullo. Pero esta aparente timidez con la que se canta nuestro himno también es producto de otra cosa: no nos lo sabemos completo. El "Guerra, guerra" o el "patria, patria" son literalmente balbuceados por muchos de los presentes. Que civismo. Se suponía que el himno mexicano se convertiría en un grito que resonara por el paseo. Sin embargo, apenas y es un leve susurro. Al término del mismo algunos aplausos, un par de vivas al país, el televisivo "si se puede "y... bye bye. La marcha se acaba. Nos vamos del paseo.
El término asociación efímera nunca me había parecido tan adecuado. Efímera ha sido la marcha. En tan solo 20 minutos esa masa se ha disuelto. Y no ha pasado nada. No hubo propuesta, no hay un movimiento ciudadano permanente, y de hecho me parece que tampoco existe la intención de hacerlo, de crearlo. ¿Por qué ha ido la gente? Por que quizá algunos están asustados por las cosas que "nunca antes se habían visto en Yucatán" (tal y como una señora que caminó junto a mí quien dijo "estoy aterrada por que mis hijos salen de noche, esas cosas que pasan, no pasaban antes aquí") por que un día vimos la televisión y ahí nos invitaron a participar. Por que quizá en lugar de cuestionar, se prefiera marchar (tal y como lo decía el spot que invitaba a marchar en todo el país) o por qué mis amigos, mis papis y mis abuelitos iban a ir y yo no podía quedarme atrás. O por que el Padre o el Pastor de la Iglesia nos pidieron que vayamos. O por que soy Scout y como tal, tengo que ir.
No lo sé. La heladería que nos recibió a mi amiga y a mi al principio de la tarde, está ahora abarrotada. Es simple: hay que refrescarse después de participar. La gente camina a sus autos. Una chica llama por celular mientras dice: "entonces, ¿a las 11 en el cielo (antro de mérida) no?. Y un padre de familia, rodeado de varios niños les espeta: "Ya sé, vamos a la piscina de casa de chichí (abuelita) y nos tiramos toda la noche, mientras pedimos unas pizzas".
Yeah, right....el espíritu cívico ha decidido retirarse demasiado temprano. Ahora todos regresan a la normalidad de sus vidas. Hablarán quizá una horas más de los decapitados o de algún esporádico asalto y otras noticias nos ocuparan en los próximos días. Camino entonces a mi auto pensando en estas cosas, cuando un vendedor de raspados se cruza conmigo. "Un raspado jóven" - me dice. "No gracias", le contesto. Se retira entonces, continuando con su vida de todos los días. Y ahí va, tratando de vender para comer, ajeno completamente a que ha un testigo más del fracaso de la marcha ciudadana. Una ciudadanía que también parece empeñada en ignorarle completamente.
Así las cosas hoy domingo...
Salud pues.......