Una mañana de Domingo, Dos adolescentes, Moko y Flama, se encuentran confinados al interior de un departamento. Sus padres han salido. Su misión: pasar toda el día jugando X Box y, al momento de sentir hambre, ordenar una pizza para continuar con su maratón personal de video juegos. Esta es la simple premisa de la que parte la aventura fílmica minimalista conocida como Temporada de Patos de Fernando Eimbcke.
Eimbcke comienza su película con una serie de artísticos planos fijos, que sirven para ubicar el monótono ambiente en cual se desarrolla la vida de los protagonistas de la película. El cielo se encuentra permanentemente nublado; las paredes de edificios y lugares públicos se encuentran llenas de grafitos; las áreas de juegos están junto a congestionados ejes viales; con esta clase de escenario, el espectador comprende inmediatamente por que los chicos prefieren pasar un domingo encerrados, protegidos por el caparazón de aparente seguridad que les da el hogar.
Aún así, el encierro no será determinante para el desarrollo de una historia que terminará traspasando las paredes del pequeño departamento. Para ello, dos intrusos se aparecerán en escena: Ulises, un repartidor de pizzas, frustrado con la vida, entrado en sus treinta años y que odia a muerte el entorno de la capital del país. Y Rita una voluptuosa y solitaria adolescente que busca desesperadamente, aunque esto se conoce a la mitad de la trama, compañía en el día de su cumpleaños. Las inesperadas visitas, y el hecho de que un corte de luz les impide continuar con el torneo de X Box, harán que Moko y Flama comiencen un proceso de transformación y de auto descubrimiento, aparentemente superficial, pero con severas implicaciones personales.
La película toma su título de un horroroso cuadro que pende de la pared del departamento en donde transcurre la acción. Cuadro que llega a convertirse en una obsesión para Ulises. La dirección de Eimbcke es minimalista, los diálogos son cortos pero casi siempre contundentes y no existe mucha música a lo largo del filme. Aún así, en un estilo muy propio, la cinta tocará temas como la identidad sexual, la familia destruida y las relaciones de amistad. Eimbcke teje lentamente una telaraña cargada con fuertes hilos emocionales. Los cuatro personajes deciden, obligados por el azar y por una buena dosis de marihuana, iniciar una alucinante y onírica travesía para explorarse a si mismos y tomar decisiones que, seguramente sin saberlo, les afectaran por el resto de su vidas.
Cada plano cinematográfico es sorprendente. Eimbcke los utiliza con una habilidad poco usual de encontrar en una ópera prima. Arriesga al sostener por mucho tiempo una toma. Utiliza los fundidos a negro con apego a la teoría básica del cine (como puntos y aparte, para dividir secuencias) y su cámara es narradora fiel de una historia en la que invita a quien la observa a relacionarse con ella. Cuenta con actuaciones cargadas de espontaneidad, que le dotan de un particular y urbano sentido del humor a la película y Eimbcke es brillante para acotarlas en los momentos debidos, permitiendo que la historia se conduzca a donde el director quiere. Para ello también cuenta con la colaboración del fotógrafo Alexis Zabé, que maneja brillantemente los tonos grises de esta producción realizada en un deprimente blanco y negro y con una adecuada dirección de arte realizada por Diana Quiroz, cuyo trabajo contribuye al retrato de esta atmósfera claustrofóbica en la que se desarrolla la película.
Desafortunadamente esta original e independiente película mexicana, triunfadora en la pasada muestra de Guadalajara, nominada a 12 arieles y multipremiada en varios festivales internacionales ha salido de las carteleras meridanas. Decisión miope de los exhibidores de nuestra ciudad, por que es una película que sin duda resulta una grata experiencia visual en el cine, en una pantalla de gran formato; no será lo mismo verla en DVD. Aún así, es importante acercarse a ella pues su valor cinematográfico es notable y refrescante en una industria mexicana, salpicada violentamente con una tendencia que apunta más a las fórmulas que a la originalidad.
Eimbcke comienza su película con una serie de artísticos planos fijos, que sirven para ubicar el monótono ambiente en cual se desarrolla la vida de los protagonistas de la película. El cielo se encuentra permanentemente nublado; las paredes de edificios y lugares públicos se encuentran llenas de grafitos; las áreas de juegos están junto a congestionados ejes viales; con esta clase de escenario, el espectador comprende inmediatamente por que los chicos prefieren pasar un domingo encerrados, protegidos por el caparazón de aparente seguridad que les da el hogar.
Aún así, el encierro no será determinante para el desarrollo de una historia que terminará traspasando las paredes del pequeño departamento. Para ello, dos intrusos se aparecerán en escena: Ulises, un repartidor de pizzas, frustrado con la vida, entrado en sus treinta años y que odia a muerte el entorno de la capital del país. Y Rita una voluptuosa y solitaria adolescente que busca desesperadamente, aunque esto se conoce a la mitad de la trama, compañía en el día de su cumpleaños. Las inesperadas visitas, y el hecho de que un corte de luz les impide continuar con el torneo de X Box, harán que Moko y Flama comiencen un proceso de transformación y de auto descubrimiento, aparentemente superficial, pero con severas implicaciones personales.
La película toma su título de un horroroso cuadro que pende de la pared del departamento en donde transcurre la acción. Cuadro que llega a convertirse en una obsesión para Ulises. La dirección de Eimbcke es minimalista, los diálogos son cortos pero casi siempre contundentes y no existe mucha música a lo largo del filme. Aún así, en un estilo muy propio, la cinta tocará temas como la identidad sexual, la familia destruida y las relaciones de amistad. Eimbcke teje lentamente una telaraña cargada con fuertes hilos emocionales. Los cuatro personajes deciden, obligados por el azar y por una buena dosis de marihuana, iniciar una alucinante y onírica travesía para explorarse a si mismos y tomar decisiones que, seguramente sin saberlo, les afectaran por el resto de su vidas.
Cada plano cinematográfico es sorprendente. Eimbcke los utiliza con una habilidad poco usual de encontrar en una ópera prima. Arriesga al sostener por mucho tiempo una toma. Utiliza los fundidos a negro con apego a la teoría básica del cine (como puntos y aparte, para dividir secuencias) y su cámara es narradora fiel de una historia en la que invita a quien la observa a relacionarse con ella. Cuenta con actuaciones cargadas de espontaneidad, que le dotan de un particular y urbano sentido del humor a la película y Eimbcke es brillante para acotarlas en los momentos debidos, permitiendo que la historia se conduzca a donde el director quiere. Para ello también cuenta con la colaboración del fotógrafo Alexis Zabé, que maneja brillantemente los tonos grises de esta producción realizada en un deprimente blanco y negro y con una adecuada dirección de arte realizada por Diana Quiroz, cuyo trabajo contribuye al retrato de esta atmósfera claustrofóbica en la que se desarrolla la película.
Desafortunadamente esta original e independiente película mexicana, triunfadora en la pasada muestra de Guadalajara, nominada a 12 arieles y multipremiada en varios festivales internacionales ha salido de las carteleras meridanas. Decisión miope de los exhibidores de nuestra ciudad, por que es una película que sin duda resulta una grata experiencia visual en el cine, en una pantalla de gran formato; no será lo mismo verla en DVD. Aún así, es importante acercarse a ella pues su valor cinematográfico es notable y refrescante en una industria mexicana, salpicada violentamente con una tendencia que apunta más a las fórmulas que a la originalidad.
2 comentarios:
Desafortunadamente las peliculas independientes en Mexico no venden (bueno creo que de hecho en ningun lado, aunque hay sus excepciones) lo cual es una lastima pues la gente se pierde de verdaderas obras de arte.
Seamos soñadores y confiemos en que algun dia las cosas cambiaran.
Saludos.
Cierto, no son negocio, no dejan dinero. Pero si no lo son es por que los mismos distribuidores no le dan, a este tipo de películas, el mismo tratamiento mercadológico que se les da a otras...por ejemplo, Es idiota estrenar en Mérida "Temporada de Patos" justo cuando la fiebre por las películas nominadas al Oscar está en su apogeo. Si se hubiese estrenado en octubre, como en el resto del país, cuando se vive un inter entre la temporada de verano y la de invierno (en cuanto estrenos) quizá se hubiese dejado al menos dos semanas. El gran problema del cine mexicano sigue siendo su poca distribución en el país.
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