A 24 horas de haber visto la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres, puedo escribir sin la carga de adrenalina y emoción que provocó el espectáculo concebido y dirigido por el gran Danny Boyle. Hay mucho que decir en torno a lo que vimos en la transmisión desde el Estadio Olímpico de Londres, pero empezaré por una reflexión: la influencia británica en la cultura popular mundial es innegable y ya constituye un patrimonio cultural intangible para la humanidad entera. Y ayer los británicos se encargaron de recordárnoslo a través de una puesta escena digna del West End londinense, la cual fue diseñada para que el espectador comprendiera que - en mayor o menor medida - ha sido tocado por la literatura, la música y el arte procedentes de las islas británicas.
Ha sido una ceremonia evocadora, (que, obviamente, evitó temas polémicos como el colonialismo inglés) la cual se centró en las aportaciones sociales, económicas y artísticas que la Gran Bretaña le ha dado al mundo; iniciando con el proceso de industrialización de la sociedad hasta llegar a momentos verdaderamente oníricos como el homenaje a la literatura fantástica infantil y juvenil. Boyle centró sus energías en una historia que fue desenvolviéndose de una manera casi cinematográfica y en la escenografía no se limitó al campo y a las gradas del estadio olímpico, sino que tomó los lugares más emblemáticos de la vieja y señorial Londres para hacerlos parte de la misma, mostrando así la atmósfera esplendorosa que envolverá a los Juegos durante las próximas dos semanas.
Todavía estaba fresco el recuerdo de la apabullante y tecnológica inauguración de los JO de Beijing 2008, la cual fue impresionante por el despliegue de recursos técnicos que sobrepasaron a lo artístico y que nos dejaron a todos con la boca abierta. Competir ante aquello era complejo y seguramente costoso. Así que los británicos fueron inteligentes y decidieron sustituir técnica por emotividad generando así en el espectador ese efecto de sentido que lleva a pensar en el bagaje cultural propio, en otras palabras: lo de Beijing fue grandote, lo de ayer fue grandioso y a la vez íntimo. Y es que cómo no evocar aquel primer encuentro con el Peter Pan de J.M. Barrie, o aquella primera vez en la que The Beatles te llevaron a un nuevo universo musical. Seguramente los más jóvenes se emocionaron al ver ahí a J.K. Rowling y muchos reímos con los gags de íconos culturales que han trascendido generaciones como James Bond o Rowan Atkinson.
Por supuesto los momentos protocolarios también estuvieron cargados de simbolismo. La bandera olímpica fue llevada por personas cuyas contribuciones al movimiento olímpico y a los esfuerzos de paz en el mundo son innegables. El gran Haile Gelbralassie, corredor etíope, el Secretario General de la ONU Ban Ki Moon, Muhammed Alí, y particularmente la presencia del director musical argentino - israelí Daniel Baremboin cuya Orquesta del Diván Este - Oeste constituye uno de los esfuerzos más hermosos para lograr el entendimiento entre árabes, palestinos e israelíes. La ceremonia inaugural cumplió así con uno de los objetivos más importantes del ideal olímpico: fomentar el respeto y la armonía entre las naciones de la Tierra.
Pocos detalles pueden ser discutibles de lo presentado ayer por Danny Boyle y el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Londres. Tal vez el asunto del Pebetero sea el más polémico pues no solamente es impensable que se quede en el centro del campo en el que se realizarán las competencias de atletismo, sino que su encendido por parte de promesas deportivas británicas dio al traste con la tradición de que sea un atleta muy representativo del país organizador quien realice el último recorrido de la llama olímpica.
Sin embargo ese hecho va en consonancia con toda la ceremonia y con el lema de los juegos: "Inspire a Generation". El reconocimiento al pasado se entiende mejor cuando este apunta a tener un mejor futuro, por ello no puedo existir una decisión más congruente al permitir que sea esa generación la que alumbre el camino que ha de seguirse. El simbolismo se completó al presentar al final a uno de los pocos músicos vivos cuya trascendencia ya no puede encerrarse en un periodo determinado de tiempo: Paul McCartney. Fue el colofón perfecto para una ceremonia perfecta y llena de emoción.
¿Fue superior a Beijing? Si, por mucho. Y no solo eso, me parece que finalmente estamos ante la ceremonia inaugural que ha terminado por igualar a la de Barcelona 92 en el área de la emotividad convirtiéndose así en uno de esos momentos que marcarán a toda una generación, a la generación de las redes sociales y la comunicación inmediata.
La esperanza ahora recae que esta generación pueda ser influenciada por esa parte del espíritu olímpico que aún está por sobre los intereses comerciales y artificiales que rodean a los juegos. Por ese deseo de concordia y paz que se desprenden de la sana competencia, de la práctica deportiva y de la convivencia entre seres humanos de distintas razas, naciones y credos.
Comienzan los Juegos y prometen ser espectaculares.
Así las cosas hoy sábado...
Salud Pues......
Todavía estaba fresco el recuerdo de la apabullante y tecnológica inauguración de los JO de Beijing 2008, la cual fue impresionante por el despliegue de recursos técnicos que sobrepasaron a lo artístico y que nos dejaron a todos con la boca abierta. Competir ante aquello era complejo y seguramente costoso. Así que los británicos fueron inteligentes y decidieron sustituir técnica por emotividad generando así en el espectador ese efecto de sentido que lleva a pensar en el bagaje cultural propio, en otras palabras: lo de Beijing fue grandote, lo de ayer fue grandioso y a la vez íntimo. Y es que cómo no evocar aquel primer encuentro con el Peter Pan de J.M. Barrie, o aquella primera vez en la que The Beatles te llevaron a un nuevo universo musical. Seguramente los más jóvenes se emocionaron al ver ahí a J.K. Rowling y muchos reímos con los gags de íconos culturales que han trascendido generaciones como James Bond o Rowan Atkinson.
Por supuesto los momentos protocolarios también estuvieron cargados de simbolismo. La bandera olímpica fue llevada por personas cuyas contribuciones al movimiento olímpico y a los esfuerzos de paz en el mundo son innegables. El gran Haile Gelbralassie, corredor etíope, el Secretario General de la ONU Ban Ki Moon, Muhammed Alí, y particularmente la presencia del director musical argentino - israelí Daniel Baremboin cuya Orquesta del Diván Este - Oeste constituye uno de los esfuerzos más hermosos para lograr el entendimiento entre árabes, palestinos e israelíes. La ceremonia inaugural cumplió así con uno de los objetivos más importantes del ideal olímpico: fomentar el respeto y la armonía entre las naciones de la Tierra.
Pocos detalles pueden ser discutibles de lo presentado ayer por Danny Boyle y el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Londres. Tal vez el asunto del Pebetero sea el más polémico pues no solamente es impensable que se quede en el centro del campo en el que se realizarán las competencias de atletismo, sino que su encendido por parte de promesas deportivas británicas dio al traste con la tradición de que sea un atleta muy representativo del país organizador quien realice el último recorrido de la llama olímpica.
Sin embargo ese hecho va en consonancia con toda la ceremonia y con el lema de los juegos: "Inspire a Generation". El reconocimiento al pasado se entiende mejor cuando este apunta a tener un mejor futuro, por ello no puedo existir una decisión más congruente al permitir que sea esa generación la que alumbre el camino que ha de seguirse. El simbolismo se completó al presentar al final a uno de los pocos músicos vivos cuya trascendencia ya no puede encerrarse en un periodo determinado de tiempo: Paul McCartney. Fue el colofón perfecto para una ceremonia perfecta y llena de emoción.
¿Fue superior a Beijing? Si, por mucho. Y no solo eso, me parece que finalmente estamos ante la ceremonia inaugural que ha terminado por igualar a la de Barcelona 92 en el área de la emotividad convirtiéndose así en uno de esos momentos que marcarán a toda una generación, a la generación de las redes sociales y la comunicación inmediata.
La esperanza ahora recae que esta generación pueda ser influenciada por esa parte del espíritu olímpico que aún está por sobre los intereses comerciales y artificiales que rodean a los juegos. Por ese deseo de concordia y paz que se desprenden de la sana competencia, de la práctica deportiva y de la convivencia entre seres humanos de distintas razas, naciones y credos.
Comienzan los Juegos y prometen ser espectaculares.
Así las cosas hoy sábado...
Salud Pues......
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