Son aquellas pequeñas cosas,
que nos guardó un tiempo de rosas,
en un rincón,
en un papel,
o en un cajón.
Te tienen tan a su merced
como hojas muertas
que el viento arrastra
allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que lloremos
cuando nadie nos ve...
J.M Serrat.
Algunas cosas esenciales suelen pasar desapercibidas. Cierto. Todos los días por nuestras manos pasan un buen número de objetos: pedazos de papel, fotografías, lápices, pequeñas piedras de bisutería o viejos juguetes. Tal vez por un segundo los miramos y después los desechamos dispuestos a seguir con la diaria rutina que suele marcarnos la selva de concreto y hormigón en la cual vivimos. Y ahí vamos por la vida, pensando en grandes planes, absortos en proyectos que consideramos monumentales y fundamentales para nuestra vida. Y mientras nos empeñamos en alcanzar todo eso que parece darle un sentido a nuestro pequeño universo, estamos haciendo a un lado lo que es verdaderamente importante, lo que realmente nos convierte en seres humanos. Quizá para eso están esas pequeñas cosas que solemos ignorar: para recordarnos que estamos vivos, que tenemos que arreglar todo aquello que fue importante y que echamos a perder, para recordarnos que aún en el medio del caos que puede significar nuestra propia existencia, todavía tenemos capacidad para amar, para perdonar, para encontrar la redención, para darle un propósito y un significado a nuestra propia existencia.
Esmeralda es una adolescente que parece que ha entendido la importancia de aquellas pequeñas cosas. Por ello las colecciona. Por que quizá las historias que guardan significan la posibilidad de una vida aún más compleja que la suya, significan un escape de una realidad y una responsabilidad que ninguna chica de su edad debe tener: huérfana, abandonada por sus hermanos mayores que buscan en el Canadá una mejor perspectiva de vida y responsable de su abuela y su hermana menor. La vida de esperanza transcurre entre cuidar a los dos seres más importantes de su existencia, un trabajo que le aburre y la imposibilidad de vislumbrar un futuro alentador. Su única válvula de escape la constituye el pequeño tesoro que guarda en una vieja caja. Ahí atesora cosas insignificantes, pequeños objetos que recoge en el camino de la vida. Les mira con cierta obsesión, quizá tratando de escudriñar las historias que se esconden detrás de los mismos, quizá tratando de entender quienes son los seres humanos que han dejado atrás a esos objetos, quizá aferrándose a ellos por que es incapaz de encontrar una salida a su propia existencia, por que es incapaz de conectarse con las personas que están a su lado que son a las que realmente ama en el planeta.
Y tres de esos objetos contarán tres historias. Tres historias de personas que son incapaces de realizar esa misma y vital conexión: un hombre que tiene 20 años sin hablarle a su hija, un viejo psicólogo que trata de ayudar a los demás, cuando es incapaz de ayudarse a si mismo. Un doctor que ama profundamente a una mujer, pero que no tiene la capacidad de contarle un secreto que le consume. Y finalmente una mujer que no ha sabido ser madre y esposa, que fundida en su propio egoísmo ve como su vida se desmorona en un par de minutos cuando le llega una terrible noticia. Estas tres historias se irán conectando con la de Esmeralda. Y todos los personajes tendrán que enfrentar al demonio más grande: el miedo a la soledad.
De esto va Cosas Insignificantes de Andrea Martínez. Una directora que nos demuestra lo que el cine mexicano puede y debe ser: historias que hablen de nosotros, de nuestras casi globalizadas urbes, de nuestros problemas, de gente con la que podemos relacionarnos e identificarnos. Saca a nuestro cine de esa mediocridad temática (representada por gente como Issa López o Fernando Sariñana) en el que a veces parece estar absorto y filma una película sencilla y con tintes intimistas, quizá con algunas fallas estructurales (especialmente en el entretejido de las historias) pero que se solventan por la honestidad y el compromiso con el que Cosas Insignificantes está filmada.
Cosas insignificantes es un filme emocionante. Un drama que lleva a la reflexión sobre el valor de las relaciones humanas. Sobre la discapacidad emocional que la vida moderna puede llegar a crear. Una película sobre las pequeñas cosas que nos recuerdan que el mundo es algo más grande que el éxito laboral o el dinero que éste pueda producirnos: nos recuerda que el mundo es tan grande como una nota, un caballito de papel o una flecha que nos indica el camino a entender que hay que ver más allá de nuestro propio horizonte para encontrar una nueva y maravillosa oportunidad.
Así las cosas hoy viernes...
PS....Hace unos días escribía sobre él. Lo hacía para un proyecto inédito que traigo entre ceja y ceja. Comparto con ustedes un párrafo de lo que plasmé en el papel electrónico en ese momento:
Tal vez nunca será considerado el director más hábil de todos de los tiempos. Ha sido constantemente despreciado por la crítica internacional. Jamás una de sus películas ganó o ganará un Oscar, una Palma de Oro, pero su obra marcó para siempre a toda una generación. Se llama John y se apellida Hughes, y quizá su nombre por si sólo no les dirá mucho, pero estamos ante uno de los grandes gurús del cine. Ese que supo plasmar en sus películas, las aspiraciones, los sueños, los deseos y las pesadillas de quienes fuimos adolescentes en los 80.
Ayer John Hughes se fue y vaya que le echaremos de menos. Quizá hace muchos años que no filmaba, pero su obra permanece contándonos lo que fue toda una era: ayer en más de un sentido se terminaron los ochenta. Gracias John, por todos esos años.
Salud pues......
2 comentarios:
Pues pinta muy bien, gracias por la recomendación.
Suena interesante. Habrá que seguir de cerca el mencionado filme y por supuesto, acudir a verlo. Por lo que narras me parece una interesante trama donde se puede caer en la retroinspección personal. El tiempo y el dinero invertidos en verla pueden ser de mucho provecho.
Saludos
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