Seven Readers!!!
Cada vez que pongo un pie en una sala de cine, siento una emoción indescriptible. No importa que el filme que estoy a punto de ver sea un gran blockbuster o la última de un Snob que dice que solo filma “por amor al arte” (¡Mentira¡ El cine es un negocio, y no conozco a ningún director que no pretenda solamente vivir del aire y del agua. Todos quieren que sus películas sean vistas, todos quieren comer del arte…lo que no está mal, siempre y cuando esto no implique comprometer la integridad de las obras.) invariablemente algo se revolverá de emoción en mi estómago al momento de que las luces se apagan y el filme en cuestión comienza. El cine es para mí una experiencia de vida. Representa a lo mejor de los seres humanos, a su capacidad de crear, de denunciar, de soñar con posibilidades infinitas y de plasmarlas a través de un lenguaje que es único y universal.
Es probable que Giusseppe Tornatore, sienta la misma emoción que yo. Y es por ello que en 1988 escribió y filmó una película que habla del cine como compañía, diversión y sobre todo como una experiencia que nos enseña sobre eso que llamamos vida. Cinema Paradiso es un prodigio, una película filmada con el corazón y que narra la historia de un exitoso director de cine, que un día recibe la noticia de que el hombre que fungió para él como un padre y quien le abrió las puertas al maravilloso mundo del séptimo arte había muerto. Lo que sigue es entonces un viaje a una Italia de mediados del Siglo XX; una Italia sumida en la guerra y en la que se nos cuenta sobre una vieja sala de cine, de la gente que la habitaba y, sobre todo de la relación entre un niño que se enamora de las películas y un viejo proyeccionista quien le enseña no soladamente a amar al cine, sino a la vida misma.
Es complicado elegir un solo momento climático de esta maravilla, así que me he decidido por tres. Lo hago por una razón: son tres momentos llenos de sencillez, de un gran amor por el producto filmado y capaces de comunicar algo sin lo que una película está completamente vacía: emoción.
En el primer fragmento estamos en un amplio salón (la profundidad de campo, será siempre utilizada con maestría por Tornatorre) en el que un grupo de niños está presentando el examen que les certifica la enseñanza primaria. De pronto, una persona entra al recinto anunciando que se les unirá un grupo de adultos que también buscan ese certificado. Entre los niños se encuentra Toto (Salvatore Cascio) quien se sorprende al ver entrar al viejo proyeccionista Alfredo ( el gran…GRAN, Phillipe Noiret) entre los adultos que tomarán la prueba. Lo que sigue es excelente y depende en gran medida de la gran capacidad de Tornatorre para dirigir a sus actores: Un desesperado Alfredo le pide al niño ayuda para pasar el examen. Después de burlarse de él por un buen rato, Toto le señala que le ayudará con una condición: ayuda a cambio de que le enseñase el oficio de proyeccionista. El viejo no tiene más remedio y termina aceptando. Lo que sigue es un montaje, acompañado de una de las partituras más hermosas de Ennio Morricone, en el que asistimos a los inicios de Toto en el cine y lo que es más importante a una sala llena de vida. Es Cinema Paradiso.
El segundo fragmento cobra de nuevo vida gracias al montaje y a un gran manejo de las Elipsis. Toto, ya adolescente e interpretado por Marco Leonardi, ha descubierto al más paradójico de los sentimientos: el amor. Pero éste no le es correspondido, así que le promete a Elena (Agnese Nano) que se parará todas las noches bajo su ventana hasta que ella le corresponda. Los días pasan y ella simplemente parece no ceder. La noche del 31 de diciembre de 1954, Toto parece mirar una luz de esperanza, la ventana parece abrirse, pero finalmente todo termina en una falsa alarma. El chico regresa derrotado en el medio de un calle que se celebra a lo largo y a lo ancho. Vuelve al viejo cine, donde frustrado arranca las hojas del calendario en las que iba llevando la cuenta de las noches de espera por Elena. Cuando parece que todo está perdido, Elena aparece en la sala de proyección. La música de Morricone le brinda al cuadro de gran emoción. Al final, mientras los nuevos amantes se besan, es curioso ver como un proyector sigue corriendo aunque ya no lleva película en sus carretes. La metáfora es sensacional: el mundo, incluso el del cine, parece haberse detenido por un instante, pero eso es solo una ilusión pues el carrete de nuestra vida siempre está en constante movimiento.
Finalmente. La película vuelve a su tiempo presente. Un Toto adulto (Jacques Perrin) ha regresado de su viaje al pasado en donde ha tenido que enterrar a Alfredo y ha visto como el cine de su pueblo ha sido demolido para dar paso a un estacionamiento. La modernidad mata al arte. Alfredo ha dejado pocas pertenencias, pero hay una que resultará significativa: un rollo de película que debía ser entregado solamente a Toto. Éste pide que se le proyecte y lo que encuentra es todo un tesoro: Alfredo ha montado todas las escenas eróticas que el sacerdote del pueblo (quien actuaba como censor y “defensor” de la moral y las buenas costumbres) exigía fuesen cortadas. Es un homenaje al cine, a lo que refleja y a una época en la que las películas estaban llenas de vitalidad, pasión y entrega.
Cuando la palabra fin aparece en la pantalla y las luces se prenden, somos devueltos a nuestra realidad. Pero por un instante tal vez nos hemos convertido en John Wayne, hemos besado a Rita Hayworth o hemos estado a bordo del Halcón Milenario. Hemos viajado a lugares reales o aquellos que solo están en nuestra imaginación, hemos amado, hemos sido amados. El cine puede lograr eso y más. Cinema Paradiso es una gran muestra de su poder, de lo que representa en la vida de quien realmente le respeta y le ama o incluso de quien no lo hace, pues nadie está exento de ser tocado por su magia y poder. Pero en una cultura iconográfica como la nuestra es difícil que alguien se escape al poder del cine, y dejarse envolver en el mismo nunca dejará de ser algo realmente…maravilloso.
Así las cosas hoy miércoles……
Ps1...Quienes viven en México y odian, detestan, o el fútbol les parece total y completamente intrascendente; deben tener hoy dos cosas: una gran capacidad de aislamiento o el dinero suficiente para irse del país y evitar lo que, inevitablemente, es el tema del día: el partido México – Argentina. Si la televisión puede hacer que nos traguemos la idea de que Chichén Itzá es una “nueva maravilla”, pues también puede hacer que el pecho se nos hinche de nacionalismo futbolero y apoyar al máximo a la Selección Nacional. Hoy he estado en un restaurante, dos tiendas de conveniencia, la Facultad y la oficina; y en todos esos lugares la pregunta es la misma: ¿Será que México le gane a Argentina? Pocos se atreven a esgrimir una respuesta. Pero la misma pregunta en sí ya lleva cierto dejo de esperanza en que la victoria se puede conseguir. Yo no estoy tan seguro de que la Selección pueda ganar. Es decir, puede, pero para ello hay que jugar un partido casi perfecto y eso no es tan sencillo por dos razones: En el banco de enfrente si existe un verdadero técnico. Alfio Basile es un gran entrenador, un conocedor a fondo de la táctica del fútbol moderno; un estudioso del deporte y que sabe perfectamente como mover sus piezas para tratar de contrarrestar al equipo contrario. Y, además, cuenta con una selección maravillosa que no tiene ningún tipo de grietas en sus líneas. Todos son jugadores de altísimo nivel, que no conocen la palabra derrota y que además se matan en la cancha cada vez que se ponen la camiseta albiceleste.
Hoy es una muy buen oportunidad para demostrar que Sergio Egea es un buen técnico y Hugo Sánchez un gran motivador. Egea tendrá que ser muy inteligente para contrarrestar al poderoso ataque argentino y para instruir a sus jugadores sobre como vulnerar a la complicadísima defensa argentina (en la que está Gabriel Milito, flamante contratación del Barcelona y sustituto de Rafa Márquez quien seguramente saldrá del club catalán) la que le hará la vida imposible a Nery y a Cacho. Hugo por su parte, tendrá que demostrar que puede motivar a sus jugadores y hacerles creer firmemente que se le puede ganar a los pamperos.
Ya veremos. Si gana México, compadezco a quienes odian al fútbol (hay quien hace de su odio todo un arte) pues el país prácticamente se paralizará para la final del domingo contra Brasil. Y si pierde, pues aunque muchos sientan que el mundo se termina, la realidad es que no pasará nada. El país continuará en picada (lo que también sucederá aunque gane, pues a pesar de la segura llamada de Calderón a Hugo, su incapacidad manifiesta para definir los destinos de México sigue en aumento) y todos mañana volveremos a las actividades normales, a tratar de ser ganadores en cosas que realmente si son trascendentes.
Bien decía Javier Solórzano: finalmente el fútbol es lo más importante, de lo menos importante.
Veremos que sucede en dos horas…
!!ZAZ...LARGUISIMOO POST¡¡¡
Salud pues……
5 comentarios:
Malditas películas que hacen llorar.
Mi voto para el momento No.1 está entre algo de El Padrino y el final de Casablanca.
Otra película extraordinaria.
Cada que veo Cinema Paradiso quedo tan conmovido que invariablemente se me hace un nudo en la garganta. Una película preciosa.
Saludos.
esta película la he visto entre cinco y seis veces... y aún consigue emocionarme...
un beso!
Mi voto por el primer logar es LOTR The Return of the king, cuando Sam levanta en brazos a Frodo quien no puede seguir más...
Pero veremos cuál seleccionas de las múltiples pelís que has visto!
Saludos
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