"Mundial de fútbol. Tiempo santo donde todo vale. El mundo entra un vértigo paralizante, mientras la suerte de uno, de todos, de alguna u otra forma depende de un balón"....
Cada cuatro años en México la gran mayoría de la población vive con la ilusión de llegar a una meta que parece imposible: que la selección juegue un quinto partido en un mundial de fútbol. No se trata - como en otras naciones - de alzarse con la Copa Mundial. No, ese es un sueño reservado solamente para algunos afortunados, en nuestro país los sueños son menores. Y cada cuatro años justo a la mitad de la contienda, el sueño se transforma en una pesadilla. Algún argentino con un potente disparo nos rescata del secuestro al que hemos sido sometidos por las televisoras nacionales, nos levanta la capucha y nos enfrenta violentamente a la realidad, a la crudeza de la vida cotidiana. Todo para comenzar a soñar de nuevo con ese milagro nacional que significaría el quinto partido en un Mundial de Fútbol.
La vida en México parece estar determinada por períodos de tiempo en los que nuestra atención se centra en cosas aparentemente banales, pero que dicen mucho de que y como somos. Durante los días de fútbol la nación entra en una especie de impasse en el que todo gira alrededor de lo que sucede en una cancha, por ende otros aspectos de la vida nacional - mucho más importantes - pasan a un segundo o tercer plano. Las estadísticas muestran que incluso lo criminales parecen tomarse un descanso durante esos días y los índices delictivos bajan, o quizá lo que sucede realmente es que el tiempo de los medios electrónicos y las páginas de los periódicos se encuentran tan llenos de fútbol, que simplemente no pueden reportar otras cosas. Sin embargo éstas se encuentran ahí para que cuando el balón deje de rodar, recordarnos en donde estamos realmente parados.
De todo lo anterior trata Días de Gracia, uno de esos documentos fílmicos imprescindibles que aparecen de vez en cuando para hacernos pensar sobre nuestro país, sobre nuestros sueños y aspiraciones, sobre nuestras más profundas decepciones, como la de nunca llegar a un quinto partido, como la de nunca poder convertirnos en el país que - muchos dicen - podemos ser.
Everardo Gout construye su película a través tres momentos en el tiempo: los mundiales de fútbol de 2002, 2006 y 2010. Y los toma como el eje narrativo para contar una película sobre el secuestro y sus terribles consecuencias. Todos los puntos de vista de los involucrados en este terrible delito están presentados en el filme: aparece el policía que quiere hacer algo para resolver el problema, pero que tiene que enfrentarse a un sistema en el que la corrupción está presente; está la víctima, aquella persona que ha sido privada violentamente de su libertad y que comienza una lucha por sobrevivir bajo terribles circunstancias; se presenta al chico al que la calle solamente le brinda la oportunidad de salir adelante si se une a una banda de secuestradores, aunque su conciencia termine por dictarle que está jugando con el equipo incorrecto; y también están los familiares de las víctimas cuyas vidas son transformadas de manera violenta e inician una desesperada lucha por mantener la cordura y la esperanza de que su ser querido les sea devuelto con vida.
Todas esas historias son retratadas de manera alucinante. Gout utiliza una amplia variedad de recursos técnicos para adentrar al espectador en la historia. La cámara no toma solamente el papel de narrador omnisciente, sino que al presentar varios puntos de vista, permite construir también la psicología de los personajes (la cámara subjetiva es un buen ejemplo de lo anterior, particularmente cuando presenta la historia desde el punto de vista de la víctima de un secuestro) y por ende hacer aún más claras sus motivaciones y su transformación a la largo de la historia. El diseño de arte y la fotografía muestran atmósferas sórdidas, espacios avasallantes de los que no parece haber escapatoria. Y cada secuencia es montada de manera espectacular - el montaje es del legendario Hervé Schneid - y ambientada con la partitura de Atticus Ross, Nick Cave y Leopold Ross entre otros. El resultado es un filme técnicamente impecable, atrevido y vertiginoso; que además cuenta con poderosas actuaciones - Tenoch Huerta está monumental - lo que termina por construir un alucinante retrato de la realidad mexicana.
Días de Gracia termina con una secuencia que tal vez podría parecer de desesperanza. Al final el filme deja al espectador con la sensación de que éste país parece estar destinado a batirse a golpes para salir adelante, pero ¿qué no hay mayor esperanza que la producida por la lucha, por la lucha cotidiana en contra de los males como la corrupción?. Solo a través de la lucha constante, es como se puede hallar esperanza y eso me parece que queda muy claro al término de la película.
Cada cuatro años nuestras esperanzas como nación se limitan a lo que puedan hacer once jugadores que se baten en la cancha de fútbol para tratar de dar el siguiente paso, para poder jugar un quinto partido; y mientras eso sucede olvidamos - al menos por 30 días - las batallas que se libran todos los días en nuestra cotidianidad, en nuestras calles y barrios. Esas batallas que duelen más que una derrota futbolística y a las que regresamos más cansados, desilusionados y viejos una vez que el balón deja de rodar, una vez que terminan los Días de Gracia.
Un logro...
Así las cosas hoy sábado...
Salud Pues......
No hay comentarios.:
Publicar un comentario