Esta es la única crónica chiapaneca que no fue escrita a puño y letra durante los días de aquel viaje. De hecho la estoy escribiendo como una válvula de escape a un lunes que ha sido particularmente malo, uno de esos días en los que uno necesita acudir a la memoria para tratar de solventar los problemas.
Si, debería estar haciendo otras cosas pero mi mente ha preferido emprender un viaje para recordar aquellas últimas horas en ese lugar fantástico que es San Cristóbal de Las Casas. Un lugar en el que todos los problemas que uno tiene parecen desaparecer. Hubo dos cosas realmente trascendentes en aquellas últimas caminatas por las empedradas calles coletas: la compra de unos tenis PANAM y uno de los mejores chiles en nogada que mi paladar ha degustado en sus 30 y tantos años.
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Hoy en este complicado lunes recuerdo esas últimas horas caminando por San Cristóbal de Las Casas. Mi mente se transporta al Múseo del Ámbar, a los comercios llenos de artesanías, a todos esos lugares en los que presente y pasado parecen mezclarse dando paso a una cultura que por un lado es tradicional y por otro entra poco a poco a la modernidad. Un ejemplo: en varios puestos de venta atendidos por miembros de comunidades indígenas, practicamente todos los dependientes de los mismos poseen un teléfono celular. Resulta para el viajero, algo espectacular escucharles hablar por esos aparatos en su propio lenguaje. Es la modernidad abriéndose paso entre lo tradicional. Muchos se ofenderían, a mi me parece inevitable. Habría que fomentar el uso de la tecnología entre todas las comunidades tradicionales del país, pero ponerla al servicio no solamente de la globalidad, sino también de la preservación de la cultura misma. Siempre aplaudiré la posibilidad del intercambio cultural.
La última caminata por San Cristóbal me lleva de los mercados a los cafés. Mi mente se traslada el día de hoy a esos colores, esos aromas, esos rostros. Saboreo en mis neuronas de la memoria al aire de diversidad que se respira en ese lugar. Esa convivencia entre los otros. Esa oportunidad de ser parte de un pequeño y ecléctico universo.
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Y fue en ese día. La caminata nos llevaba por las empedradas calles coletas cuando una de mis compañeras de viaje los vio. Yo tenía muchos años de no verlos, de no recordarlos. Fueron fieles y leales compañeros en los días de colegio, duraderos, únicos. Entramos a la tienda donde estaban y señalaron hacía unos azules, tales como los que llevaba en los días de primaria. Algo interesante sucedió y también en ese momento se activaron las neuronas de la memoria: yo tuve unos durante toda la primaria y los amaba, creo que solamente me los quitaba para dormir y al día siguiente los tenía de nuevo conmigo. Hacía años que no nos encontrábamos y quien iría a decir que volveríamos a vernos en una tienda en Chiapas. Si, ahí estaban y no habían cambiado: eran unos tenis PANAM.
No tardaron en convencerme para comprar unos. El problema era el color, pero finalmente terminé decidiéndome por unos rojos "mírame a huevo", los cuales lucí orgulloso al salir del lugar en el que los adquirí. Su comodidad es increíble, su suavidad tal vez sea única. Al calzarlos me remití nuevamente a esos días en los que no podía sacármelos de encima cosa que ha sucedido de nuevo. Pero creo que se trata de una cuestión mucho más "retro" es la idea de poseer algo que parecía perdido en el tiempo lo que me hace disfrutar más a mis tenis PANAM. Caminar con ellos, es dar pasos hacía el futuro pero sin perder conciencia del pasado. Son quizá, los zapatos más simbólicos que jamás me he comprado.
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Neuronas activadas hacía la última noche coleta.
Me visto con la camisa blanca que me he comprado en el mercado chiapaneco. Cómoda, fresca y con un aire entre hippie y pirata, o por lo menos así me siento enfundado en ella. Es muy extraño que la ropa me brinde seguridad, pero tengo la impresión de que el salir por las calles de San Cristóbal enfundado en ella me brinda la seguridad de que puedo mezclarme bien con el ambiente. "Vaya, me veo bien" - pienso - y eso lo corrobora una chica que hace algo que practicamente nunca sucede: me sonríe al pasar junto a ella. Si, este lugar me agrada.
Llegamos a un restaurante conocido como La Paloma. Un hermoso lugar con un servicio de primera y un menú que se antoja delicioso, especialmente porque en su menú servían uno de mis platos favoritos y que casi nunca tengo la oportunidad de comer: Chiles en Nogada.
Excelente elección. Déjenme ser muy claro en esto: si alguna vez van a San Cristóbal de las Casas tienen que ir a La Paloma y probar esta exquisitez. Era simple: cada bocado fue un orgasmo en mi boca. Pocas veces he probado algo tan delicioso, con una perfecta consistencia y balance en sus sabores. Era por mucho, la mejor comida que había probado en bastante tiempo, era por mucho un gran final culinario para uno de los mejores viajes de mi vida.
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Termino de escribir este post en un martes que ha sido quizá más loco y estresante que el lunes anterior. El recuerdo de los días chiapanecos permite que la mente se relaje un poco. Hace ya casi tres semanas de esa singular aventura y parecería que la memoria sigue empeñada en no olvidar. Sucede siempre con las cosas que valen la pena, y en esta ocasión son tantas que han quedado prendidas en el área cerebral dedicada a los recuerdos.
Ismael Serrano tiene una frase que me parece maravillosa: "Los viajes que trajeron a otros vistiendo nuestros cuerpos" Esa es quizá la mejor frase que he leído para describir al viajero. Y digo viajero, no turista. Porque mientras que el turista va con la intención de viajar para seguir siendo el mismo, el viajero busca que la experiencia le transforme; y mientras el turista regresa al lugar de origen siendo el mismo, el viajero regresa impregnado de un intercambio cultural y emocional que evidentemente le ha transformado.
Es mi caso.
Hace muchos años estuve en Chiapas como un turista, hace tres semanas estuve en ese estado de la República mexicana como un viajero. Y otro regresó vistiendo a mi cuerpo. Porque tuve la oportunidad de entrar a un universo diferente, de contactar otra cultura, de saborear a la diversidad, de mirar a las maravillas de la naturaleza y constatar que mi capacidad de asombro aún sigue intacta dispuesta a absorber lo que el mundo le presenta.
Pero por sobre todo, tuve la enorme posibilidad de convivir con dos personas maravillosas y únicas, dos excelentes seres humanos cuya presencia en mi vida se debe a esa coincidencia que es generadora de las amistades más profundas, increíbles y duraderas. Esa convivencia la atesoraré por siempre.
Ahora miro a esos cinco días como una experiencia imborrable y perenne. Y lo es por una razón importante: fue una experiencia libertaria en más de un sentido. Hoy, sentado a esta hora en la soledad de una oficina, volteo hacía esa voz que también conocemos como memoria y practico el ejercicio de evocar, de recordar esos días que dieron pie a esta serie de Crónicas Chiapanecas, miro entonces hacía atrás y quedo maravillado.
Así las cosas hoy martes...
Salud pues......
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