Fue un par de días antes de salir con destino a Chiapas, cuando me vi en una conocida plaza comercial de la ciudad de Mérida buscándole. Ya me habían hablado de él y de su utilidad, de lo cómodo que sería llevarle no solamente en un viaje, sino en mi recorrido diario. Así que me decidí a adquirirle para convertirlo en mi fiel acompañante. Creo que fue una de esas corazonadas cuando le vi en uno de los aparadores, lo tomé, lo revisé, comprobé cuantos compartimientos que poseía y finalmente me decidí a comprarlo.
Salí de la tienda con él en la mano y desde el primer momento quedé prendido de su utilidad. Adentro entraron los celulares, la blackberry, los lentes, el cuaderno de notas, el Ipod y hasta los chicles; lo fantástico del asunto es que aún le sobraba espacio. Comprendí entonces la pasión que las mujeres sienten por sus contrapartes femeninos, no en términos estéticos sino en cuanto a lo utilitario. Y fui feliz, porque por primera vez en mi vida mis bolsillos se liberaron de monedas, llaves y todo el peso que suelen llevar consigo.
La noche antes de la partida a Chiapas le llené con todo lo citado anteriormente más un par de cosas personales. Aún le sobró espacio. Lo miré y le dije que le cuidaría de cualquier cosa, siempre y cuando él estuviera dispuesto a facilitarme la vida como lo había hecho hasta ese momento. Yo fallé, él no.
La siguiente crónica chiapaneca tiene que ver con varias cosas: el quedarse colgado a 200 metros de altura, el mirar otra maravilla de la naturaleza, el subir 1000 metros , quedar hecho una auténtica sopa y el perder a mi fiel compañero de viaje: a mi Men's Purse.
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El teléfono de la habitación del hotel suena en punto de las 8 de la mañana. Contesto, de la recepción avisan que el guía del Tour que nos llevaría a Rancho Nuevo, el Chiflón y Lagos de Montebello, ha llegado por mi grupo. Me sorprendo, según nuestra documentación iba a estar presente hasta las nueve. Protesto pero no sirve de mucho. El que protesta más es mi estómago quien desde hace más de doce horas no ha probado bocado. El guía es un tío bastante grosero y que evidentemente no tiene ni la más remota idea de lo que es el trato con la gente. Hambrientos y aún somnolientos abordamos la camioneta con destino a las grutas de Rancho Nuevo.
Llegamos en 20 minutos. El guía anuncia que tenemos 40 minutos para visitar las grutas que se encuentran en ese lugar, le ignoramos. Mi estómago es el que se convierte en ese momento en el guía y es quien nos lleva directamente en sentido opuesto a la entrada de las grutas justo hacía el lugar en donde se instalan varios puestos de comida. En 10 minutos las encargadas de atendernos nos sirven las quesadillas más grandes y deliciosas del planeta, acompañadas de una deliciosa taza de humeante chocolate batido a mano. Es lo único que conocemos de Rancho Nuevo. Cuando pretendemos entrar a menos a mirar la entrada a las grutas, el guía nos para en seco. Hora de irnos. Supongo que alguien me contará más adelante de que va Rancho Nuevo, por lo pronto yo me llevo el recuerdo de una taza de chocolate y una quesadilla que provocan que finalmente termine por quitarme de encima el hambre y la modorra matutina. Y comenzamos a viajar directamente a nuestro siguiente destino: Las Cascadas del Chiflón.
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El Chiflón es uno de esos lugares que uno solo imagina que pueden encontrarse en tarjetas postales. Sus tres cascadas le convierten en un lugar único y que para acceder al mismo hay que subir aproximadamente 1.2 km. La ruta además está compuesta por una serie de escalones húmedos y lodosos. Pero subirlos vale la pena. La caída de agua que se encuentra en la cima es realmente espectacular y al mirarla uno nuevamente tiene la sensación de sentirse realmente pequeño.
Mi grupo llega a la cima después de unos 20 minutos de ascenso. No estoy cansado, parece que las horas invertidas en el Spinning han valido la pena y mis piernas han aguantado sin chistar la subida hasta la cima. Ahí nos quedamos un buen rato, tomando fotografías y admirando a la naturaleza.
Justo ahí se encuentra una "tirolesa" la cual atraviesa el río, su altura, según se lee en uno de los letreros que se encuentran junto al sitio de "lanzamiento" es de unos 200 metros de altura. Al llegar la miro con indiferencia, en ningún momento me pasa por la mente ni siquiera el intentar lanzarme ante tal locura. Ok, lo admito, no soy precisamente un Indiana Jones para ese tipo de aventuras. Supuse que mis compañeras de viaje serían como yo: conformes con admirar la maravillosa vista y emprender el camino de regreso. Estaba equivocado, de pronto alguien sugiere aventarse en ese pequeño y poco confiable cable que prende de dos endebles extremos y que cruza los 400 metros que dividen a las orillas del río.
Y heme ahí entre la disyuntiva de aventarme y "arriesgar" la vida, o ver simplemente como mis dos atrevidas compañeras de viaje decidían pender de un cable en el abismo. Al ver su decisión y al mirar como una señora sale disparada del cable hacía el desfiladero sin ningún problema, me decido: en contra toda mi elemental lógica y vértigo, me aventaré de la tirolesa.
Una vez tomada la decisión no hay vuelta atrás. Me veo entonces siendo preparado para la "proeza" de aventarme de la tirolesa. Me colocan el arnés que permitirá el deslizamiento por el cable y además me dan un casco. No deja de parecerme ridículo el hecho de que te proporcionen el casco, es como si te dijeran: "Si cae, no se preocupe, se romperá todos los huesos menos la cabeza", me parece idiota, pero ahí voy con la calva bien cubierta para que al menos mis ideas no se desparramen por el río si todo lo demás falla.
Total que ahí estaba yo listo para el despegue. En la cabina de madera que sirve como plataforma de lanzamiento pago 50 morlacos pensando en lo poco que el dinero importa en la vida, o por lo menos en ese momento de vida. Escucho las últimas instrucciones: "cuando esté por llegar mire a la gente que le espera del otro lado, cuando le hagan una seña con el brazo, eso significa que usted debe de accionar el freno" - dice el operador de lanzamientos - "¿Cuál freno?" - pregunto - El tío me dirije una mirada de "es usted un idiota" y vuelve a señalarme una especie de gancho que según él detendrá mi caída libre por el cable. Me indica que no me aviente, que simplemente me siente y me deje caer. Así lo hago.
Los 10 o 20 segundos que sucedieron a continuación son un flashazo en mi memoria. No miré a mi izquierda en donde estaba la cascada, si recuerdo haber dado un giro de 360 grados y ver a lo lejos a la gente que estaba parada en la plataforma de la que yo había despegado y al regresar a la posición en la que debería estar juro que vi a gente que me hacía señas con la mano por ende procedí a aplicar el freno. Error. Aparentemente aún faltaba un buen tramo para accionar el gancho - freno, pero sin lentes y con la adrenalina a tope no me doy cuenta de ello y comienzo a frenar. A lo lejos miro al lugar del aterrizaje y en lugar de irme acercando a él me voy deteniendo, el desastre sucede: me detengo a unos 20 metros del punto de arribo de la famosa "tirolesa".
Lo primero que pienso es en como vendrán a rescatarme. Pienso en varias series de Televisión y se me ocurre que The A -Team no llegará pronto. Evito mirar hacía el vacío y comienzo a dar vueltas sobre mi propio eje. A lo lejos escucho las voces de los encargados del aterrizaje, algo me gritan pero yo estoy más preocupado en tratar de escuchar el ruido del helicóptero que recoge a los tarados que accionan el freno con mucha anticipación y quedan suspendidos en el vacío. Poco a poco mis sentidos se van aclarando y mi fantasía decide cederle terreno a la realidad, comienzo a escuchar a los desesperados tíos que seguramente no piensan en mi pronto aterrizaje, sino en el dinero que están por perder al detenerse el constante flujo de pasajeros que se avientan de semejante cable.
"¡Tome una cuerda!" - gritan desesperadamente - "Qué cuerda" pienso al mismo tiempo que los guantes se enredan en el freno amenazando con caerse lo que se convierte en ese momento en mi principal preocupación. Pienso en que es muy malo que McGyver sea solamente un personaje de ficción, pues el si sabría como rescatarme. Más gritos pidiendo que tome la cuerda, que me aferre a ella. "De que pinche cuerda me hablan estos" - vuelvo a pensar, y entonces la miro justo sobre mi parece estar una cuerda, de donde salió es algo que ignoro, quizá siempre ha estado ahí para casos como el mío en el que uno frena sin importar que aún falte un buen trecho para hacerlo. Estiro la mano pero no la alcanzo, lo intento un par de veces más y fracaso rotundamente. Y entonces sucedió: inspirado quizá por Indiana Jones, Jack Bauer, Chuck Norris y Manila Gorila; giro y me pongo de espaldas subo las piernas atrapando al cable y entonces alcanzo la famosa cuerda. Con los brazos comienzo a jalar a mi cuerpo y logro avanzar los 20 metros que me separan del lugar de aterrizaje hasta que finalmente los hartos encargados terminan por jalarme hasta terminar sano y salvo.
Una vez en tierra y mientras me quitan el arnés y el inútil casco, el encargado me dice "Señor, me pareció ver que se rompió su bolsita". Entre el bajón de adrenalina y el ruido de la cascada parezco confundido, "Qué bolsita" pregunto y entonces el señala hacía mi costado. Sucede: tomo conciencia de que durante todo ese tiempo el men's purse me había acompañado. Lo tomo, lo levanto y aparentemente está bien hasta que trato de abrir uno de sus compartimientos. Y entonces me doy cuenta, se encuentra rasgado y destrozado en una de sus partes. No sé como, ni en que momento el men's purse se atoró con algo a 200 mts de altura y se rompió, aún así aguantó estoico y logró mantener en ese lugar a mi cámara y a mi Ipod que se salvaron de caer para perderse para siempre en las aguas del caudaloso río. La frustración me recorre, he perdido mi bolsa de viaje pero al final se ha portado con gran valentía, le agradezco ese último gesto. Yo fallé él no.
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El día termina con el descenso de la montaña. Estoy mojado y sudoroso, huelo a tres establos juntos y además he perdido a mi Men's Purse. Aún así ha sido una gran experiencia que tiene otro punto culminante con la visita a los Lagos de Montebello, otro de esos reductos de la naturaleza que te hacen pensar en lo pequeño que eres. Su belleza hace que olvide la perdida sufrida durante 10 segundos de tirolesa y de nuevo me pierdo en la majestuosidad de las tierras chiapanecas.
Volvemos a San Cristóbal con el ánimo hacía arriba y con el cansancio de todo un día reflejado en el cuerpo. Una vez instalados de nuevo en el hotel, miro con cariño a mi Men's Purse y le agradezco que haya salvado a mi Cámara y a mi Ipod. Lo deposito en la maleta y me despido de él con nostalgia. No le usaré más en lo que resta del viaje, yo le gané la batalla a mis propias fobias, pero él fue víctima de la guerra. Así pasa siempre en la vida.
Chiapas se sigue desplegando como un lugar impresionante, lugar para disfrutar y para maravillarse pero también para crecer un poco más como viajero y como persona....pero de esa será, la última de estas crónicas..
Así las cosas...hoy...
Salud pues......
1 comentario:
que buen viaje!!!!! pero te faltaron dos cascadas más arriba de donde esta la tirolesa ahi si que es prueba aguantar la subida, yo regrese con las piernas temblando, je! y ese pequeño instante en que te acercas al velo de novia no tienen nombre los pequeños arcoiris que se forman son bellos, sentir la brisa en todo el cuerpo....solo tengo una duda, estas seguro que fuiste a los Lagos de Montebello, por la foto pareciera los Lagos de Colón y al fondo se ve la frontera con Guatemala pero aún asi que más da disfrutaste de ese color verde esmeralda que llama, invita a admirar...saludosdesdeaquí!
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