Uno de los cineastas nortemericanos que más me ha entusiasmado en los últimos años es Michael Mann. Su cine presenta una visión muy particular del mundo, una en la que existe siempre un conflicto de valores representado por dos figuras masculinas a la que las circunstancias les han llevado a enfrentarse y a poner precisamente en juego su propia concepción de lo que es bueno o malo. Lo que es interesante es que Mann nunca cuestiona estas concepciones, sino que las presenta siempre desde el punto de vista de sus personajes por ende la moral recae siempre en la subjetividad de los personajes, en lo que ellos entienden como lo correcto.
Este universo particular, estos conflictos entre caracteres masculinos con diversas concepciones de lo correcto en términos morales, ha sido retratado en la mayoría de sus filmes sin importar el contexto en el que se desarrolle la historia retratada en la película. Lo llevó a la época de las colonias británicas en América en The Last of The Mohicans; o a la ciudad de Los Ángeles de finales de los 90 en Heat. En su más reciente filme, Public Enemies, estos conflictos están enmarcados en la ciudad de Chicago en 1933. Y si bien el contexto histórico de la película influye de manera determinante en el comportamiento de los personajes y en su devenir narrativo, la temática presentada por Mann siempre termina por trascender a la época en la que se insertan su filmes. Y lo hace por que los cuestionamientos entre lo que es bueno y lo que es malo, son de carácter universal y atemporal, independientemente de que cada época ha tenido diversas concepciones de representar tales dilemas.
Y al mirar la filmografía de Mann, se puede entender por que el contexto de los años de la depresión en los Estados Unidos le es particularmente atractivo a Michael Mann. Era una época de redefinición de los "valores americanos", un tiempo en el que la justicia comenzaba a ser manejada por figuras como Edgar J. Hoover, un tipo interesado en las incipientes plataformas mediáticas y publicitarias como mecanismos de promoción de sus intereses. Y una época en la que la marcada ambigüedad moral, permitía el crecimiento de leyendas como John Dillinger (un soberbio Johny Depp). Un hombre que actuaba fuera de la ley, que se dedicaba a robar bancos y que no tenía ningún tipo de remordimiento cuando llenaba de plomo a aquellos que osaban cruzarse en su camino; y que sin embargo trataba al máximo de respetar a todos los inocentes, a los pobres y a quienes las circunstancias les ponían en el medio de sus asaltos. Un hombre idolatrado por una masa necesitada de héroes, de hombres que se atreviesen a desafiar a un sistema que no les proporcionaba ningún tipo de oportunidad y de crecimiento (en una de las escenas de la película, una mujer que le ha proporcionado refugio a Dillinger, le pide que le lleve consigo. En el medio de la incertidumbre, mira al bandido como el único que le puede proporcionar los medios para sobrevivir al desastre económico y social en el que se encuentra) y finalmente una leyenda acrecentada por los medios de comunicación. Un tipo desalmado, pero capaz de sacrificarlo todo por la mujer a la que ama (Billie Frenchette, interpretada por la sublime Marion Cotillard) y por sus hombres, sus amigos.
Y en el otro extremo está Melvin Purvis (Christian Bale) el oficial designado por Hoover para atrapar a Dillinger. Para Purvis el ideal más alto está representado en el cumplimiento de su asignación. Sus hombres son solamente los elementos necesarios para llevarla a cabo. Puede lamentar la muerte de uno, pero es un elemento reemplazable. Su sentido de la justicia, no conoce términos medios: todo aquel que está fuera del sistema, debe ser perseguido y alienado.
Y Mann retrata esta lucha con un buen manejo de los recursos del cine.
Destaca el uso de la profundidad de campo como elemento narrativo y la manera que tiene de colocar a la cámara de tal modo que nos lleva al centro mismo de la acción. En Heat, presentó el que me parece es una de las mejores secuencias de enfrentamiento a balazos en un contexto urbano. Ahora lo hace pero lleva la acción a la oscuridad del bosque. Mirar la escena es una lección de cine. Mann utiliza a la cámara subjetiva para mostrarnos la perspectiva de los participantes en el mismo, los puntos de vista de los personajes son mostrados para adentrar al espectador su propia visión de lo que sucede y en las maneras que cada uno va desarrollando para tratar de resolver la situación, en otras palabras: le involucra por completo en la trama; y por supuesto está el uso de la fotografía como un elemento que ayuda a situarnos en lo complejo que resulta el enfrentarse en la oscuridad, construyendo un laberinto cuyas salidas son difíciles de encontrar.
Pero éstos recursos están presentes a lo largo del filme. Mann nos introduce en la psique de los personajes con cada uno de sus planos. Es capaz de crear momentos de intimidad absoluta y por otra parte llevarnos a situaciones de extrema violencia. Parecería que el tampoco conoce los términos medios y su cine va lo intimista a lo grandioso con gran facilidad. Lo interesante de un tipo como Michael Mann, es que parece encaminado a filmar una obra cumbre que lo catapulte como uno de los grandes directores de los últimos tiempos. Pero mientras tanto, quizá sin hacer mucho ruido, ha ido construyendo poco a poco una filmografía de autor. Y eso es algo que pocos se atreven a hacer en estos tiempos en los que predomina la producción cinematográfica pensada solamente como elemento de consumo.
Así las cosas hoy lunes....
Salud pues......
1 comentario:
Te diré mi querido David... mmm si me gustó. Visualmente es fascinante; esa escena de la balacera nocturna en el bosque.. uff el manejo de la cámara; el juego de luz/oscuridad es genial, con esos tonos azul marino. Sin embargo, siento y puedo estar equivocada, que hay algo flojo en el guión: se supone que Dallinguer era un tipo súper brillante, pero francamente la película no hace mucho honor a eso. Y un último pero: Christian Bale ah... pero qué tieso es este hombre; no cambia de expresión ni por equivocación.
Saludos
Publicar un comentario