Hace un par de años escribí esta historia a manera de guión para un programa de radio. Ahora la he transformado en un pequeño cuento. Forma parte de una serie que espero editar algún día y tiene como base una anécdota que leí en algún sitio de internet. Lo comparto con ustedes...espero le disfruten.
La
Cabeza Enterrada de Alfred Hitchcok
Era una noche fría de Otoño. Clark Gable miraba por la
ventana. Afuera apenas se escuchaba el leve silbido del viento. Parecía que los
sonidos de la noche se habían perdido en la densa obscuridad. Gable miró hacía
el interior de su semivacío vaso de whisky, sonrió, volteó hacía el interior de
la habitación en la que se encontraba. Practicamente escondidas por la luz de
las velas dos figuras lo miraban. Su esposa, la bellísima Carole Lombard, le
veía con admiración y con esa natural sensualidad que poseía en la mirada y
que se le expandía hacía todo el cuerpo. Su hermoso cabello rubio caía sobre
los hombros y parecía iluminarse mientras se llevaba el cigarro a los labios.
Junto a ella, la rechoncha figura de Alfred Hitchcock le
miraba divertido. Levantaba una ceja sobre la otra, estudiando cada movimiento
de Gable mientras apretaba la pipa con los dientes.
Gable bajó la mirada y sonrió.
-
Entonces Alfred – dijo - ¿que hacemos con el regalo?
Hitchcock bajó la mirada hacía el asiento vacío del sofá. Ahí
acarició un objeto redondo envuelto en un sucio pañuelo rojo de seda, al mismo
tiempo que algo parecido a una carcajada
salió de su garganta.
Lombard miró también al envoltorio y torció el gesto, algo en
el le incomodaba. Hitchcock notó la incomodidad de la actriz y sonrió de nuevo.
Gable tomó el objeto entre sus manos, lo levantó y lo
descubrió: era la cabeza reducida de un hombre. Un regalo que le había hecho
Vincent Price.
Vincent Price era aficionado a coleccionar objetos extraños y relacionados con
el ocultismo. Una de sus más preciadas colecciones era la de cabezas reducidas
que había adquirido en sus viajes a Australia y Sudamérica.
Solía regalar esos objetos a sus
amigos más queridos o a sus más acérrimos enemigos, muchas veces a manera de
broma, otras como una advertencia. En una cena en casa de los Gable, el
siniestro personaje se presentó con aquel envoltorio rojo de seda entre las
manos, dijo que era un regalo especial para Carole Lombard. Con una enigmática
sonrisa, Price se inclinó para entregarle el regalo. Lombard lo tomó con cierto
recelo y un grito se le escapó cuando vio a la cabeza reducida. Clark Gable rió
de buena gana con la ocurrencia del actor de cintas de terror, tomó el pequeño cráneo, le puso sobre una mesa e invitó a todos un trago.
Esa noche, ya en su habitación, Lombard no podía dejar de pensar en la
reducida cabeza humana que se había quedado en su sala. Inquieta al máximo
despertó a Gable quien de mala gana accedió a llevarse de ahí al objeto. Tomó
su Cadillac y manejó junto con Lombard hasta un cañón cercano a su casa. Ahí
arrojaron la cabeza.
Durante el regreso, Carole Lombard se había puesto más inquieta. La
conciencia le remordía con insistencia. Se habían deshecho de los restos de un
ser humano y temió que las consecuencias de aquel acto pudieran ser aún peores
que las que podría traer el haberla mantenido en su casa. Convenció de nuevo a un evidentemente molesto Gable de ir por el
objeto. Lo encontraron. Qué hacer
con él, era lo que se preguntaron por varios minutos, hasta que los ojos de Clark Gable se
iluminaron, con una sonrisa algo macabra se volteó para mirar a su esposa: "Hitchcok", fue lo que pronunció con una voz un tanto cavernosa.
Y ahí estaba la cabeza en las manos del director británico.
Hitchcock había levantado los ojos con sorpresa cuando supo que una cabeza
reducida estaba en su casa, y luego había celebrado de buena gana el hecho.
Gable disfrutaba también de la escena. Miró a a Hitchcok y le
dijo:
- Te propongo algo Alfred – llévemos la cabeza y enterrémosla
en el patio de tu casa, luego organizaremos una fiesta y jugaremos a
encontrarla.
Alfred Hitchcok levantó profundamente las cejas y volvió a
sonreír. En menos de un minuto ya había ido hacía el diván de la masón, para salir del mismo con dos
linternas de gas y un par de palas.
Los tres personajes se internaron en la noche. Gable con su
andar seguro y decidido, Lombard aterrorizada y colgada del brazo de su esposo y un poco más atrás Hitchcok caminaba feliz y disfrutando del momento. Llegaron hasta un punto del enorme
patio de héctarea y media que poseía Hitchcok. Cavaron y enterraron la cabeza.
Regresaron a la sala de la casa del cineasta en donde divertidos planearon la
fiesta en la que a quien exhumara la cabeza le entregarían 100 mil dólares.
El día de la fiesta llegó.
Muchas celebridades habían acudido a la llamada fiesta de Exhumación de
Hitchcok y Gable. Ahí estaban:
Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Orson Welles, Howard Hawkes, Rita Hayworth,
Cary Grant, Jhon Wayne y Katherine Hepburn, entre otras celebridades. Todos armados con palas y linternas dispuestos a ganar los
100 mil dólares al encontrar la cabeza de Hitchcock. La noche era oscura y
nublada y el viento olía a lluvia.
Hitchcok y Gable dieron la señal y todos salieron a escarbar
para tratar de encontrar la cabeza enterrada. Al cabo de unas horas se
rindieron. Habían hecho varios agujeros casi por todo el patio y la cabeza no
había sido hallada. Gable y Hitchcok se miraban entre divertidos y extrañados.
Ellos habían olvidado donde habían enterrado la cabeza, pero estaban seguros
que no podía haber estado tan lejos, pero de manera misteriosa el objeto se había desvanecido. Los asistentes se miraron extrañados entre ellos. Algunos incluso comenzaron a esgrimir alucinadas teorías acerca del inusual suceso, mientras John Wayne desenfundó un revólver y amenazo con acribillar a todos si se trataba de un engaño.
Antes de que el alboroto se hiciera más grande Gable pidió una disculpa y todos se retiraron a beber y a
seguir con la fiesta. Mientras se marchaban Hitchcok miró hacía la
oscuridad. Estaba fascinado con la idea de que en su casa existiese un
misterio, uno que envolvía a una cabeza humana que desapareció en extrañas circunstancias en las entrañas de la tierra. Antes de retirarse esgrimió una enigmática sonrisa, levantó la cabeza arqueando las cejas, se arregló el saco, prendió su pipa y se unió a la fiesta.
Nadie notó entonces que desde las sombras una figura extraña
emergió. Llevaba entre las manos un objeto envuelto en un pañuelo de seda rojo.
Caminó con sigilo hasta la puerta de la casa de Hitchcok y soltó una macabra carcajada.
Era Vincent Price, quien unas horas antes había llegado al lugar, encontrando
la cabeza y la había desenterrado para luego volver a tapar la tierra con sumo
cuidado y delicadeza. ¿Cómo la encontró? Tal vez nadie tendría una explicación
a eso. Price miró a su tesoro y brincó de alegría: él
también estaba feliz de que un nuevo misterio se había generado alrededor de su
admirado Alfred Hitchcok.
Así las cosas hoy martes....
Salud Pues......
No hay comentarios.:
Publicar un comentario